Desde ‘007’ hasta ‘Hannibal’, el actor danés quizás sea el mejor villano de Hollywood, pero su papel en ‘Rogue One’ es más complejo
Se está poniendo oscuro, pero incluso en el crepúsculo, la silueta de Yoda es inconfundible. Fundida en bronce, con las orejas abiertas como alas, el coach de Luke Skywalker se alza sobre una fuente burbujeante en la enorme sede de Lucasfilm en San Francisco. En un edificio detrás de él, los actores de la nueva película de Star Wars, Rogue One, navegan por el lobby. Riz Ahmed en un momento, Felicity Jones en el siguiente. En un salón un par de pisos arriba, su co-estrella Mads Mikkelsen se sienta en un sillón grande de cuero, mirando por la ventana el puente Golden Gate y comiendo un surtido de frutas secas. Como sus colegas, Mikkelsen está aquí para promocionar Rogue One, y todavía no superó la fase de delirar con sus alrededores. Hay maravillosos pósters de películas clásicas, como The Man Who Shot Liberty Valance por todas partes. Hay réplicas tamaño natural de Stormtroopers y de Darth Vader en los pasillos. «¿No es increíble este lugar?», pregunta Mikkelsen. «No podría traer a Nicolas Winding Refn acá. Seguro trataría de robarse algo.»
Refn -el director de thrillers artísticos como Drive y The Neon Demon- es danés, como Mikkelsen, y ambos empezaron sus carreras cinematográficas juntos, en la Copenhague de los años noventa, con una película de gangsters con un presupuesto mínimo llamada Pusher, en la que Mikkelsen hacía de un tipo duro desatado llamado Tonny. Como ilustra la posición actual de Mikkelsen, hizo un largo camino desde entonces. En Rogue One, los eventos de la cual preceden a Episodio IV, de 1977, hace de Galen Erso, un científico brillante clave para la construcción de la Estrella de la Muerte, que podría destruir el planeta. «Galen es un hombre del Imperio», dice Mikkelsen. «Y, créase o no, en el Imperio también tienen familias y amor. El sabe que existe la posibilidad de que usen su invento de manera destructiva, pero eso no lo detiene.»
En otras palabras, el personaje vive en un conflicto moral oscuro y los conflictos morales oscuros son donde Mikkelson mejor se siente como actor. Después de todo, el público americano lo conoce mejor por su papel como el financiero terrorista ominoso Le Chiffre en Casino Royale, la entrega de 2006 de la saga de James Bond, un personaje que, gracias a un «desarreglo con los conductos de las lágrimas», según dice, literalmente llora sangre; o por el controversial Hannibal Lecter en el festín de sangre de corta vida que fue Hannibal, en NBC; y, más recientemente, como el malvado Kaecilius, que luchaba contra Benedict Cumberbatch y hacía artes marciales aéreas en Doctor Strange.
La clave para representar a villanos extremos, dice Mikkelsen, es armarse de una empatía por el personaje, de la cual es shockeante escucharlo conversar. Por ejemplo: «Hannibal Lecter es jodidamente maravilloso. Es una persona elaborada y compleja. No es malvado. El sólo ama las cosas bellas y trata de hacer que todo sea hermoso». Levanto las cejas. Estamos hablando del mismo tipo que asesina gente y se la come, ¿no? «Obviamente, ver belleza en el umbral de la muerte es un poco bizarro», admite Mikkelsen. Después se encoge de hombros. «Pero eso es lo que ve él. Dividimos a los personajes en buenos y malos, pero incluso cuando son malos, tenemos que encontrar algo con lo que identificarnos.» Añade que no sólo los actores, sino todos nosotros compartimos una obsesión con la oscuridad: «Desde el principio de los tiempos nos fascinó la maldad. Dos minutos después de inventar a Dios, inventamos a Satán». Mikkelsen se ríe. «Lo necesitábamos.»
La mente abierta de Mikkelsen a la hora de meterse en la cabeza de, digamos, un gastrónomo caníbal, hace que sea particularmente adepto a explorar los comportamientos humanos extremos, y aunque protagonizó varios dramas europeos de bajo calibre -como The Hunt, con la que Mikkelsen ganó el premio al Mejor Actor en Cannes por su papel como un profesor de pueblo acusado de abuso de menores- no menosprecia su trabajo en películas llamadas de género. «El esnobismo en esta industria es enorme», dice. «No me crié mirando dramas de Checoslovaquia, ni películas artísticas francesas. Yo miraba Bruce Lee. Después vi Taxi Driver, y el decálogo de Krzysztof Kieslowski, y me voló la cabeza, pero me crié con cultura pop. Así que sería un hipócrita si dijera que no me gusta James Bond, o que no me gusta hacer kung fu en el aire, porque me encanta.»
Según se autodefine, de chico era un «fanático de los cómics», creciendo en Copenhague, hijo de una enfermera y un banquero. «Yo era muy curioso», dice. «‘¿Qué hay del otro lado» Era un mundo enorme, y yo pensaba: ‘Tengo que apurarme a verlo todo’.» Hizo una serie de trabajos para tener dinero, desde repartir diarios hasta otras vocaciones más extrañas: «Repartía cosas para un dentista. Le llevaba dientes falsos a gente vieja en una gran caja de madera», recuerda Mikkelsen, quien ahora tiene 51 años. «Rompí algunos, porque siempre iba en bicicleta, y agarraba atajos por escaleras. Tenía mucha energía.»
Desde que tenía más o menos siete hasta los 17, también canalizaba esa energía en la gimnasia. «Era bueno para saltar y dar vueltas y esas cosas, aunque no era súper fuerte. Mis amigos y yo pasábamos mucho tiempo haciendo acrobacias: correr, saltar desde lugares altos, desafiándonos el uno al otro para saltar y dar una vuelta desde un trampolín hacia un colchón. Muy Jackass.»
Eso llevó a Mikkelsen a tener, a fines de los ochenta, una carrera como bailarín, un camino que desplegó tanto en ensambles para musicales como en contextos más artísticos y raros: «Cuando tenía 19, fui a Nueva York y estudié cuatro meses en la escuela de Martha Graham», dice. Enamorado de lo que llamaba «el drama del baile», decidió, a los 26, anotarse en la escuela de actuación, y tenía 30 cuando Refn lo convocó para Pusher, que fue tan exitosa en Dinamarca que dio lugar a dos secuelas e hizo que Mikkelsen se hiciera famoso a nivel nacional.
Mikkelsen dice que nunca planeó conscientemente pegarla en Hollywood, y señala que la mayoría de los papeles importantes le llegaron a través de directores que lo vieron en alguna parte y lo abordaron con una idea para un personaje. «Vine acá y me busqué un agente después de Casino Royale, y después de eso tuve un par de castings», dice Mikkelsen. «Pero un día me encontré en una oficina, probándome para Los 4 fantásticos o algo, extendiendo los brazos como un hombre de goma, y pensé: ‘Esto es vergonzante. Estoy en una jodida oficina, tratando de extender la mano hasta la otra habitación, y tengo una sola línea. No puedo hacer más esto’.» Sacude la cabeza recordando. «Por suerte, ahora me llaman por teléfono.»
Mikkelsen vive con su mujer y dos hijos en Dinamarca; en su tiempo libre, ve The Walking Dead («No hay nada más cool que los zombis»), lee novelas de detectives de Michael Connelly y se sumerge en la historia: una vez leyó al mismo tiempo biografías de Stalin, Hitler y Gengis Kan. Pero sobre todo trabaja, y se trate de una película de superhéroes o un drama austero, dice Mikkelsen, su trabajo es el mismo: «Tenemos que salir ahí y ser reales: hay una realidad que tenés que respetar». Dice que hacer películas exitosas es «espectacularmente divertido. No creo que quiera volar colgado de un cable durante ocho películas seguidas, pero me encanta hacerlo, y lo haría de nuevo. Igualmente, en un momento, querés ir para el otro lado: ‘Por favor, denme The Hunt otra vez’. Algo chico». Se ríe. «Pero si hago ocho películas así, entonces digo: ‘¡Por favor, déjenme volar con una espada otra vez!’.»
Fuente: The Rolling Stones