Una expedición viaja hacia la Isla Calavera, un pedazo de tierra inexplorado, que alberga varios misterios. Soldados, mercenarios, científicos y hasta una fotógrafa, llegan al lugar para encontrarse con un simio gigantesco que reina en ese remoto pedazo de tierra. Aunque pronto descubrirán que el primate no es el mayor de los peligros.
Ambientada en los setenta, con una estética que recuerda a Apocalipsis Now, la película resulta tan original como atractiva. Los personajes, bien estereotipados van desde el inescrupuloso científico encarnado por John Goodman, al mesiánico militar de Vietnam compuesto por un desbordado Samuel Jackson. Tom Hiddelston, como el inglés canchero que todo lo hace por dinero, logra una buena dupla con la fémina del grupo, la fotoperiodista que interpreta Brie Larson.
Los decorados selváticos, imponen respeto. El director Jordan Vog-Roberts desarrolla escenas de acción muy bien montadas, aprovechando la suciedad y el grano de una fotografía que remite al cine bélico de los setenta. El prólogo del filme, con dos pilotos de la II Guerra Mundial como protagonistas es brillante y muy efectivo (además, no es gratuito ya que tendrá impacto en el desarrollo de la trama).
Kong, nunca fue tan inmenso ni real como en este filme. El director no esconde nada, y lo presenta casi desde el principio, no especula con la sorpresa, porque la trama es tan interesante e intensa que no necesita de engaños o vueltas de tuerca para sorprender.
El resto de las criaturas que habitan la Isla, se alejan del estereotipo del T-Rex o de los animales prehistóricos clásicos, para darle una forma más cercana a los monstruos provenientes de la cultura Pop Japonesa (esto también tendrá su explicación, no dejen de ver la escena pos-créditos, fundamental para entender lo que parece el inicio de una nueva saga).
La tribu que habita la Isla Calavera, quizás sea lo más anticlimático del filme. No son los nativos, los peligrosos seres que vimos en las anteriores versiones, sino una especie de grupo New Age que parece haber salido de un Templo Budista. Salvo por este detalle, el resto del metraje no da respiro y resulta una experiencia fílmica inolvidable, tan pochoclera como fundamental. La Octava Maravilla ha vuelto, y Kong sigue siendo el Rey. Larga vida al Rey.
Fuente: InfoBae